Seguramente te paso en reiteradas oportunidades cuando te vas a dormir, cerras los ojos y das vueltas y más vueltas, sin lograr conciliar el sueño. Después de largos y eternos minutos agarras el celular y te pones a mirar que aplicación podés abrir o tal vez tenes un libro que todavía no terminaste de leer entonces es una buena opción abrirlo y seguir leyendo para esperar que el sueño venga a vos y no vos a él. Pero hay algo que es inevitable cuando uno apoya la cabeza sobre la almohada y es: MAQUINAR. Tu cabeza empieza a maquinar a toda velocidad (lo peor que lo hace durante todo el día, pero como vos estas ocupado en hacer otro tipo de cosas no te das cuenta de que lo hace de forma automática). Maquinar con preocupaciones que nos aprietan cada día un poco más, pensas en tu laburo, en el poco tiempo que tenes para vos y las cosas que realmente te gustan. También empezas a proyectar, algún sueño que sigue colgando de algún hilo se hace presente. Maquinar también es recordar cosas feas que te sacudieron a lo largo de la vida, del cual es muy posible que hayas aprendido de esa lección. También es recordar lo bueno, los momentos que están ahí escondiditos en algún rincón de ese corazón que no para de latir.
Quisiera por un ratito estar en ese lugar, con esa compañía para sentir esa paz que hace tiempo no logro encontrar en mi día a día. Anhelo muchísimo esos momentos en el que el tiempo no formaba parte de mi día, podía dormir un ratito o varias horas y no importaba. Porque eso me hacía feliz, ese entorno era perfecto.










