Es cierto que cuando uno no se desespera por buscar algo, las cosas llegan por su propia cuenta, dejándonos completamente desorientados, sin saber que hacer, que decir, como actuar.
Y esas cosas que parecen llegar por arte de magia, en la mayoría de los casos se vuelven las mejores de la vida.
Llegan silenciosamente, nos acarician de a poco, nos van encantando como cuando esperábamos ansiosos que alguien nos lea un cuento para dormir. Nos envuelve lentamente, saboreando cada giro.
Eso que llamamos cosas, en realidad son momentos, instantes que se transforman en especiales, maravillosos.
Cuando nos queremos acordar, terminamos enredados en esa maravillosa vivencia, que no necesita de un rótulo para ser más importante. No necesita de una rutina que lo haga ser mejor. No necesita explicación ni mucho menos reclamos.
Esas vivencias necesitan únicamente amor. Un amor que va más allá del que se suele describir cuando uno habla de eso llamado Amor.
Un amor que no necesita ser dueño ni esclavo, que se alimenta de esos pequeños gestos que se vuelven indispensables. Un amor que se vuelve caricia, beso o un simple abrazo.
Un amor que no es apto para cualquiera, es un amor que se nutre desde el interior y florece en cada amanecer.
Cuando uno descubre que ese amor esta allí, flotando en la superficie, se asusta. Porque no sabe como afrontar esa inmensidad que esta esperando, en silencio, que nos animemos a abrazarlo, sentirlo y vivirlo.
Nos ponemos barreras, desde muchas perspectivas, alejando aquello que es para nosotros, pero no creemos ser merecedores.
Ponemos un límite invisible, hacemos todo lo posible por no atravesarlo, pero cuando ese amor se manifiesta, nos devora de una sacudida. Nosotros estamos ahí, petrificados ante ese monstruo. Deberíamos considerar que nuestra reacción ante este regalo que envuelve nuestras manos, es errónea. Reaccionamos a la defensiva, sin la posibilidad de arriesgar un poco de nosotros, todo por miedo. A lastimar y que nos lastimen, a no querer caer en la rutina y que la misma nos mate poco a poco. Sentimos más de lo que demostramos, siempre guardamos algo para nosotros. Dejamos que la razón, actúe ante un sentimiento que lo único que hace es manifestarse en todas sus formas, con el objetivo de ser escuchado, de que el corazón se abra ante aquello que espera por nosotros.
Somos cobardes, nos aferramos a la vida que tenemos, a lo que nos rodea, por miedo a lo desconocido. Cuando algo nuevo se acerca, nos negamos a recibirlo, sin darle la posibilidad de hacer de ello algo extraordinario. Y a veces esa negación viene a medias tintas. Porque están los que saben recibir lo nuevo, pero se limitan. Sienten que si se sumergen de lleno, pueden perder el control, pueden tirar a la borda su estructura. Y no hay nada más lindo que tirar por la borda todo aunque sea un instante, para darse cuenta que seguimos vivos, que por más estructura que tengamos, un tsunami nos puede mostrar de lo que podemos ser capaces si sólo dejáramos de lado ese miedo, esa barrera infranqueable.
No quiero que el amor sea como el que muestran en las películas, como el que cuenta un libro. No quiero un amor que se preocupe por bajarme una luna o regalarme el sol. Yo quiero un amor donde cada mañana, un beso y un abrazo sean primordial. A mi corazón le alcanza saber que si eso esta ahí, el resto es parte de un decorado. Que vale más un buen día con un beso en los labios, un hasta mañana con un beso en la frente. Un abrazo que me haga sentir que todo esta en su lugar. Esos detalles son mas valiosos, no tienen precio.
Quiero lo simple, lo sencillo, lo que pocas veces se puede encontrar, quiero lo real.. Ese amor esta ahí, en el mismo aire que respiramos, pero que nos ciega frecuentemente y dejamos que se evapore sin darle una oportunidad.
Oportunidad que no suele surgir a menudo. Una vez que el tren pasa, no hay una segunda vuelta. Porque esas, no existen.
Y esas cosas que parecen llegar por arte de magia, en la mayoría de los casos se vuelven las mejores de la vida.
Llegan silenciosamente, nos acarician de a poco, nos van encantando como cuando esperábamos ansiosos que alguien nos lea un cuento para dormir. Nos envuelve lentamente, saboreando cada giro.
Eso que llamamos cosas, en realidad son momentos, instantes que se transforman en especiales, maravillosos.
Cuando nos queremos acordar, terminamos enredados en esa maravillosa vivencia, que no necesita de un rótulo para ser más importante. No necesita de una rutina que lo haga ser mejor. No necesita explicación ni mucho menos reclamos.
Esas vivencias necesitan únicamente amor. Un amor que va más allá del que se suele describir cuando uno habla de eso llamado Amor.
Un amor que no necesita ser dueño ni esclavo, que se alimenta de esos pequeños gestos que se vuelven indispensables. Un amor que se vuelve caricia, beso o un simple abrazo.
Un amor que no es apto para cualquiera, es un amor que se nutre desde el interior y florece en cada amanecer.
Cuando uno descubre que ese amor esta allí, flotando en la superficie, se asusta. Porque no sabe como afrontar esa inmensidad que esta esperando, en silencio, que nos animemos a abrazarlo, sentirlo y vivirlo.
Nos ponemos barreras, desde muchas perspectivas, alejando aquello que es para nosotros, pero no creemos ser merecedores.
Ponemos un límite invisible, hacemos todo lo posible por no atravesarlo, pero cuando ese amor se manifiesta, nos devora de una sacudida. Nosotros estamos ahí, petrificados ante ese monstruo. Deberíamos considerar que nuestra reacción ante este regalo que envuelve nuestras manos, es errónea. Reaccionamos a la defensiva, sin la posibilidad de arriesgar un poco de nosotros, todo por miedo. A lastimar y que nos lastimen, a no querer caer en la rutina y que la misma nos mate poco a poco. Sentimos más de lo que demostramos, siempre guardamos algo para nosotros. Dejamos que la razón, actúe ante un sentimiento que lo único que hace es manifestarse en todas sus formas, con el objetivo de ser escuchado, de que el corazón se abra ante aquello que espera por nosotros.
Somos cobardes, nos aferramos a la vida que tenemos, a lo que nos rodea, por miedo a lo desconocido. Cuando algo nuevo se acerca, nos negamos a recibirlo, sin darle la posibilidad de hacer de ello algo extraordinario. Y a veces esa negación viene a medias tintas. Porque están los que saben recibir lo nuevo, pero se limitan. Sienten que si se sumergen de lleno, pueden perder el control, pueden tirar a la borda su estructura. Y no hay nada más lindo que tirar por la borda todo aunque sea un instante, para darse cuenta que seguimos vivos, que por más estructura que tengamos, un tsunami nos puede mostrar de lo que podemos ser capaces si sólo dejáramos de lado ese miedo, esa barrera infranqueable.
No quiero que el amor sea como el que muestran en las películas, como el que cuenta un libro. No quiero un amor que se preocupe por bajarme una luna o regalarme el sol. Yo quiero un amor donde cada mañana, un beso y un abrazo sean primordial. A mi corazón le alcanza saber que si eso esta ahí, el resto es parte de un decorado. Que vale más un buen día con un beso en los labios, un hasta mañana con un beso en la frente. Un abrazo que me haga sentir que todo esta en su lugar. Esos detalles son mas valiosos, no tienen precio.
Quiero lo simple, lo sencillo, lo que pocas veces se puede encontrar, quiero lo real.. Ese amor esta ahí, en el mismo aire que respiramos, pero que nos ciega frecuentemente y dejamos que se evapore sin darle una oportunidad.
Oportunidad que no suele surgir a menudo. Una vez que el tren pasa, no hay una segunda vuelta. Porque esas, no existen.
Florencia Lema - 18/01/2016
Dejo esta breve linea, que fué el disparador de esta reflexión
"Ella únicamente necesitaba del amor de el. Más allá de su éxito, más allá de todo. No necesitaba que le baje la luna, sólo anhelaba su abrazo y beso de todas las mañanas"
Canción: En remolinos
Artista: Soda Stereo
BLOG | Chica con ojos de ayer - De Florencia Lema